17 nov 2011

La hora de los valientes.

Termina una campaña electoral sin precedentes en nuestra historia reciente. La coyuntura socioeconómica en que nos encontramos ha marcado la agenda de los últimos meses y ha llevado a que dos cuestiones sean el leitmotiv del discurso de la izquierda socialdemócrata: que el poder de los mercados es mayor del que nos imaginábamos y que no todos los que aspiran a representar a los ciudadanos están dispuestos a ponerle coto desde las instituciones públicas.

A casi nadie se le escapa ya cuál es el poder del capitalismo imperante, con qué voracidad se lleva por delante gobiernos soberanos en los países de nuestro entorno, cómo deja en desamparo a cientos de miles de personas que sufren la amargura del desempleo, los embargos y los desahucios por un efecto dominó imparable que puede llegar a poner en jaque cualquier margen de maniobra de nuestro sistema democrático… Es la ‘mano invisible’ a la que le dimos cabida en la Constitución de 1978 cuando se elaboró un catálogo de derechos sociales que suponen una apuesta clara por el Estado de bienestar “en el marco de una economía social de mercado”. No podemos dejar de entonar un mea culpa por permitir que el poder político haya dado cada vez mayor protagonismo a “los mercados” en detrimento de “lo social”, un fenómeno que debe contrarrestarse si queremos evitar que nuestros gobernantes terminen siendo meros títeres del capital y de sus impulsos especulativos.

A la vista de unas elecciones, los partidos políticos tenemos la obligación de elaborar y explicar un programa que describa las líneas de actuación con las que se aspira a gobernar, qué soluciones creíbles se pretende dar a los problemas que afectan directamente a los ciudadanos y cómo se ha de actuar ante los grandes retos que se nos presentan como país, dentro de Europa y ante un mundo inexorablemente globalizado. Esta es la teoría; pero la práctica es bien distinta: sorprende ver a la derecha política de este país apresurándose a cantar victoria al son de la música de las encuestas favorables, carente de un programa convincente, huyendo de la dialéctica de propuestas concretas y adoptando un apócrifo discurso conciliador. Chirría ver a Mariano Rajoy erigiéndose en adalid de la moderación y el consenso después de llevar ocho años haciendo oposición a lomos del caballo de la crispación, el cinismo y la irresponsabilidad institucional. ¡Qué lejos quedan aquellos Pactos de la Moncloa que deberían reeditarse en estos momentos por el bien de España!

Es evidente que los ciudadanos esperan más de la clase política, que a veces pone más empeño en conseguir o mantener el sillón que en merecerlo. Pero también lo es que ningún gobernante es infalible, por lo que debemos abominar de quienes ven la política como problema más que como solución, de quienes predican el liberalismo político y económico sin medir las consecuencias (menos poder del Estado y más protagonismo del mercado), de quienes ocultan su ideología diciéndose apolíticos para terminar votando a la derecha, de quienes un día se pusieron la chaqueta de la democracia y no llegaron a quitarse “la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer”… Debemos guardarnos de aquellos que hablan de gobernar “con el sentido común y como Dios manda” sin plantar cara a los verdaderos culpables de esta crisis: los especuladores financieros, los que disfrutan de grandes fortunas conseguidas al calor del boom inmobiliario, los altos directivos de la banca, los amigos de pupitre colocados en los grandes consejos de administración de empresas públicas privatizadas, etc.

Al español de a pie le preocupa llegar a fin de mes, que pueda ser atendido debidamente en un hospital público cuando lo requiere y sin tener que pagar, que sus hijos tengan una formación de calidad, que sus mayores disfruten de una protección social que les permita vivir dignamente, que haya seguridad en las calles, etc. Mientras las cosas iban bien, parecía que estos derechos adquiridos eran imperecederos; ahora, en plena crisis económica, todo apunta a que este gran edificio del Estado de bienestar que tanto costó construir sobre la base de un desarrollo económico equilibrado socialmente puede derruirse con los seísmos de la usura financiera y la indefinición política que representa en estos momentos el Partido Popular y sus satélites. En Extremadura se pregonaba que lo primero era el empleo; ya hemos visto el balance de los últimos meses del gobierno del PP sostenido por IU: nepotismo, enchufismo, incremento del desempleo en más de 15.000 parados, boicot al plan de choque contra el paro propuesto por el PSOE, estancamiento de la actividad parlamentaria, manipulación de la radiotelevisión autonómica, negativa a elaborar y presentar los presupuestos de 2012… ¿Esto es lo que queremos también para España? El PP utiliza la crisis económica y los mercados como coartadas para justificar recortes en sanidad, educación, dependencia e infraestructuras. En cambio, el PSOE, la izquierda útil, es la única fuerza política que puede poner freno a esta vorágine de irresponsabilidad y garantizar y ampliar estos derechos sociales a pesar de los dictados de los mercados. Lo avalan nuestra trayectoria histórica y los valores progresistas que siempre nos han movido.

El 29 de septiembre de 1913, Pablo Iglesias, padre del socialismo español, dio un mitin en la plaza de toros de Olivenza en el que, según las crónicas de la época, habló de los principios del socialismo, de los peligros del capitalismo, de la necesidad de unión de la clase trabajadora para conquistar mejoras sociales, así como de su oposición a la guerra de Marruecos que en aquellos años teñía de luto y llanto nuestros pueblos. Muchos de nuestros abuelos y bisabuelos tuvieron la suerte de escuchar esa voz que, en palabras de Antonio Machado, era “el timbre inconfundible de la verdad humana”. Hace algunos meses, casi 100 años después, otro Pablo, de apellido artístico-nobiliario Alborán, llenaba esa misma plaza de toros de Olivenza de jóvenes –y no tan jóvenes- entusiastas que vibraban con su encanto musical, ajenos a que en otro tiempo la vida era mucho más difícil y que había que luchar para conseguir los derechos y libertades que hoy disfrutamos.

Es cierto que siempre hay un tiempo de desilusión y de indignación. Pero ahora no es el tiempo del silencio ni de la resignación, sino de la esperanza y del compromiso. Es la hora de defender a ultranza los derechos que tanto costaron conseguir con nuestra mejor arma: el voto libre, sin la influencia de encuestas tendenciosas ni de los cantos de sirena de la derecha y sus adláteres. Es, en definitiva, la hora de los valientes.


Juan Miguel Méndez Peña

Presidente Comité Provincial JJSS-Badajoz

Candidato suplente al Senado por el PSOE en Badajoz


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